Creo que hoy me quedé demasiado dormido, me desperté solo por el timbre, que más que un timbre fue un deliberado intento por arruinar mi descanso. Era Leonor que según mis cálculos debe haber estado presionando el timbre con la verruga de su dedo índice por aproximadamente diez minutos. Lleno de lagañas la fui a atender, asomé la cabeza pero ya estaba ahí. Había sorteado la reja del patio delantero y me estaba esperando detrás de la puerta principal. La salude con un buen día a secas cuidando de no dejar escapar mi aliento. Aunque después pensé que no tenía porque importarme; si al fin de cuentas ella estaba violando mi propiedad.
La octogenaria me respondió con un buen día aún más seco que el mío y me lanzo una mirada para que la deje pasar. Abrí del todo la puerta y olvidé que había salido en calzones a atenderla. Entró como francisco por su casa y comenzó a recorrer mi cuerpucho con sus culos de botella. Pensé que era algo normal a esas edades pero no. Dudé de mi mismo, me eché una ojeada y descubrí mi erección matutina. Recordé la ocasión en la que en el viaje de egresados uno de mis compañeros invitó a un grupo de chicas de otro contingente a dar una visita guiada por el baño justo en el momento en que yo me duchaba. Todos se rieron de mi cara de pánico y de mis manos que no alcanzaban para cubrir todo lo que tengo.
Tartamudeando de vergüenza hice pasar a Leonor y busqué algo para taparme. Mientras me ponía un pantalón escuchaba que la vieja revolvía cosas en mi cocina. Volví rápido y estaba preparándome el desayuno. Vaya loca. Mientras batía el café me preguntó si me había agarrado durmiendo. Evité incomodarla le dije que no y acepté su café. Aunque supongo que siempre fue mío. Juntó las manos y se quedó apoyada en la mesada esperando que me acabe el desayuno. El silencio era incómodo. Siempre vivo en silencio y siempre desayuno de la misma manera, agarrando la taza con las dos manos. Pero hoy se acoplaba un elemento externo que no dejaba de hacer sentir su presencia. Pensé que podía venir por el asunto de la medianera y su agujero. Si. Efectivamente ella estaba en mi casa por eso y quería que busquemos un albañil. Dejé la taza y le pregunté si ya había visto a alguien que solucionara eso. Pero Leonor no me respondió y a cambio me preguntó si sabía que día era hoy. Dudé por un momento pero me acordé enseguida y le dije que hoy era miércoles y que los miércoles me deprimían porque nunca había nada para hacer. Aunque nunca tengo nada para hacer. Leonor corrió a la ventana y me dio la espalda. Esas situaciones a mi me incomodan porque nunca entiendo bien que es lo que hay que hacer, si preguntar porque se ofendieron o dejar que se ofendan en paz y seguir haciendo lo poco que hago. La dejé en la ventana y me fui al patio a ver si pensaba en una forma de organizar el parral.
En el patio todo estaba igual. El parral gigante, los plantines faltaban, el agujero intacto. Pero descubrí huellas. Eran huellas de zapatitos y claramente yo no calzo tan poco. Me puse en cuclillas para ver de qué se trataba todo eso pero sentí la presencia de alguien y me di vuelta. De nuevo Leonor. Pensé que era el momento ideal para determinar si efectivamente ella me birlaba las plantas. Tenía que pesar de manera estratégica, como lo hacen los estadistas o los que juegan al ajedrez, esa era la única manera de determinar si era la vecina quien me birlaba los plantines. La forma sería comparar sus zapatitos grises con las huellas y alcanzar mi objetivo: condenar a la octogenaria a un infierno de vergüenza y remordimiento eterno. Me paré, la miré a los ojos y ella hizo lo mismo. Delicadamente me hizo saber que hoy era la víspera de su cumpleaños. Mi plan estaba acabado. Sentí que estaba en falta con Leonor y le ofrecí cebarle unos mates. Pero fue demasiado tarde. Estaba muy ofendida y me exigió una torta como único medio de recomponer nuestra relación de vecinos. Me dejó un billete de diez pesos enrolladito para los ingredientes y se fue.
Se fue ofendida y yo quedé en el patio de mi casa viendo como las huellas comenzaban en el agujero de la medianera y atravesando el patio se dirigían directo al cantero de los cactus puneños. Se me había pasado una oportunidad. Pero aún seguía en pie la de comprar una planta irresistible. Pero también tenía que llamar a los albañiles. Y ahora hacer una torta para la víspera del cumpleaños de Leonor.
De nuevo en la cocina pensaba en como sería una torta de víspera de cumpleaños y me enredé específicamente con la cuestión de las velas. Llamé a la panadería para preguntar cuantas se ponían, porque aún no había cumplido pero ya casi dejaba de tener la edad anterior. El panadero fue muy atento, escuche por el teléfono que consultó a todos ahí adentro y alguien gritó algo acerca de que lo que tenía que poner no eran velitas. Lamentablemente no supieron darme la respuesta, pero me quedé pensando en eso que tenía que poner. Agarré el billete de Leonor y me fui al almacén. En el camino mientras pasaba por una veterinaria lo desenrolle y vi que tenía una leyenda con lapicera que decía que San Cayetano le iba a dar trabajo a quien tuviera ese billete. Abrí la puerta de la veterinaria y compulsivamente me compre un canario marrón y gris. Le puse de nombre Piolín y me volví a casa con el pájaro en la mano.